
LOS VIENTOS CAMBIAN
Los atardeceres siempre me han envuelto en una atmósfera de melancolía,
pues hay en ellos una latencia, un misterio que me estremece en lo profundo.
Tal vez sea la inminente culminación del ciclo diurno, lo que me infunde una
nostalgia teñida de colores suavizados y matices que susurran el ocaso.
O quizás es que evocan con insistencia los atardeceres de mi pueblo natal,
ese rincón del mundo que abandoné sin prever que no habría retorno,
donde quedaron impresos en mi memoria los años dorados de mi infancia
y juventud. Allí dejé tantos anhelos, la familia, los amigos, los lugares que
fundaron la experiencia de mi vida adulta.
Los senderos de la existencia se bifurcan de maneras insospechadas,
hoy estamos aquí, mañana, ¿quién puede saberlo?
Los vientos cambian, y la brisa marina se adentra audaz
en los repliegues de la montaña.
Sí, aquellos atardeceres me estremecen, pero mientras el sol siga despuntando
en mi horizonte, seguiré abrigando la esperanza de que los vientos cambiantes
me conduzcan al sitio donde mis sueños se hagan realidad.